viernes, 16 de julio de 2010

LA IGLESIA POBRE Y HUMILDE COMO MARÍA


Como María, la Iglesia fiel y santa es amada en su pobreza por Dios. Ante todo, la Iglesia pertenece a los pobres, como Cristo era antes que nada el amigo de los pobres. La Iglesia como María tiene que ser, en su estado humilde de sierva, la negación de toda eficacia del poder humano, el signo de la pura gracia divina que viene a buscarnos en la bajeza de nuestra naturaleza humana, para llevarnos a la gloria de su Reino.

La devoción a María no puede ser algo solamente sentimental o admirativo, y mucho menos algo interesado, la devoción a la Virgen debe llevarnos a la imitación y al compromiso. Ella es “esperanza nuestra”, porque nos asegura que es posible llegar a la meta que Ella llegó, porque sabemos que podemos ser también nosotros santos e inmaculados, porque estamos seguros que el mundo avanzará en la línea que Ella cantó.

María, mujer fuerte, pasó su vida diciendo sí al Dios que se fijó en Ella y que la eligió para Madre de un Dios y hombre verdadero. María, la elegida, iba guardando en su corazón la mirada de su Hijo, y a cada imagen de su retina iba diciendo sí. Sencillamente sí. Un Sí permanente. Desde su primera conciencia, y aún en el subconsciente, está ensayando el Sí. Un Sí gozoso, es positivo, no contrariado o angustiado. Es fruto de la gracia, generoso y gratuito. Un Sí humilde, desde la pequeñez y la pobreza, no desde la autosuficiencia. Un Sí libre, no por miedo o imposición, sino desde la lucidez y el amor. Un Sí en plenitud, recogiendo el Sí de toda la Humanidad esperanzada.

María pertenece a los pobres de Yahvé, la pobreza y la humildad van unidas y en María se estrechan, es paciente y es sufrida. Tiene dominio de sí, sabe conformarse, sabe esperar. Es lo propio de los pobres y humildes. Sabe llorar con los que lloran. Sabe estar con los que sufren. Supo “estar” junto a la cruz del Hijo, y sabe estar junto a las cruces de todos sus hijos.

María, Madre y Reina de la Paz. Vive intensamente pacificada en Dios y construye incansablemente la paz entre los hombres. María es templo, es casa abierta, es abrazo de reconciliación. María irradia paz, engendra hijos pacificadores.

Tenemos, pues, que mirarnos en María como un espejo. Ella será siempre un punto de referencia, un reto, un acicate, un compromiso. No basta con admirar a María, tenemos que imitarla. Siempre tendremos que preguntarnos qué nos falta o qué nos salva para parecernos a Ella. Todo un estímulo y una exigencia.

Cáritas Parroquial