viernes, 16 de julio de 2010

MARÍA, MUJER ORANTE

La Virgen María llega a nosotros, creyentes cristianos, como la Mujer a la que san Lucas presenta, al inicio de su evangelio, como mujer orante en continua escucha de la Palabra a la que responde con un fiat. Aceptación de la voluntad divina, como resultado de un diálogo desde la profundidad de su ser, sin condiciones previas.

La imagen, el icono, de la Anunciación del Señor, fiesta del 25 de marzo, se remonta a una primitiva fiesta mariana que se desarrolló hacia el siglo IV con motivo de la proclamación litúrgica del episodio de Lc 1, 26-38. Las homilías de los Padres y los antiguos himnos, como el célebre Akáthistos, son testigos de esa creatividad que se prolonga como el saludo del Ángel: Dios te salve, llena de gracia.

La escena de María orante, en diálogo con el Padre Dios, debió muy pronto llamar la atención de los artistas cristianos, como muestra el fresco de las catacumbas de Priscila, que se interpreta hoy como una posible pintura primitiva de la Anunciación, así como el arco de triunfo de la Basílica de Santa María la Mayor. Este icono tiene una presencia característica de la tradición oriental griega y eslava.

Como tipo de postura de oración, en las imágenes primeras, María en la Anunciación está de pie, hilando, según la tradición apócrifa el velo del templo, o la túnica inconsútil de su Hijo. En oración, actitud contemplativa, acepta la voluntad de Dios.

En imágenes cercanas a nosotros, como el cuadro en volumen que preside el altar mayor de la S.A.I. Catedral de la Encarnación de Almería, ya se nota en María que el Hijo ha tomado carne en sus entrañas. De esta forma, a las palabras finales del episodio de Lc, siguen las del prólogo de Juan: Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.

La oración, diálogo contemplativo, de María no la lleva a una actitud pasiva, sino a ponerse en camino al servicio de quien la necesita, en concreto, su prima Isabel surgiendo de este encuentro interpersonal un bello canto de alabanza a Dios, proclamando desde lo más profundo de su ser la grandeza del Señor que le hace vivir en alegría su situación de humillación y pobreza. Así va a expresar el poder del Dios de la misericordia de generación en generación.

La presencia de la Virgen María en nuestra historia y cultura, es una realidad que nos hace “tierra de María Santísima”. Si miramos hacia Andalucía occidental, nos encontramos con San Fernando en el s.XIII y la imagen, entre otras, de la Virgen de los Reyes, dando lugar a lo largo de su rica historia, a la Inmaculada en múltiples formas y obras de arte nacidas en la Sevilla del barroco.

La otra Andalucía, la oriental, con capitalidad en Granada, cristiana desde el s.XVII. Tiempos duros, que ponen al frente a la imagen de la Virgen de las Angustias, como madre cercana que ayuda en el dolor por el Hijo Muerto que porta en sus brazos.

María, madre del Señor y madre nuestra, toma posesión de su trono de reina en tantas imágenes de templos parroquiales, ermitas y santuarios a lo largo y ancho de la geografía almeriense, invitándonos a vivir la relación con Dios Padre, como hija en Cristo su Hijo, con la fuerza del Espíritu Santo que Ella vivió como Esposa.

María, Mujer Orante, es el icono que nos invita a vivir las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad. Siendo humana, no diosa, nos enseña a contemplar el misterio de Dios con alegría desde la limitación de nuestro ser que espera en Dios Trinidad.

Algunos teólogos de la segunda mitad del siglo XX han enseñado que para el cristiano del siglo XXI, en estos tiempos de posmodernidad y laicismo, no es posible vivir en cristiano sin ser místico.

Ser místico, para el creyente cristiano de nuestro siglo, no puede ser producto de mimetizar modas o espiritualidades paganas producto de otras culturas, respetables en sí mismas, como el hinduismo, el budismo o estados seudo místicos resultado de drogas, ajenas todas ellas a la milenaria tradición cristiana.

Para el creyente en Cristo Resucitado, manifestación del Padre Dios con la fuerza del Espíritu, oración contemplativa es, como enseñó el Papa Pablo VI: unir inteligencia y corazón en Dios con la fuerza del Espíritu. Es el modo de oración de tantos santos a lo largo de todos los siglos.

El Akáthistos (s.V) entrelaza las alabanzas a la Virgen y la narración poética del misterio:

Oh Dios que en la plenitud de los tiempos has manifestado el esplendor de tu presencia luminosa, mediante la maternidad de la Santísima Virgen María para que disipara las tinieblas del error, veneramos siempre con fe intacta y actitud humilde, el misterio de la Encarnación y lo celebramos con devoción.

Pedro María Fernández Ortega
Licenciado en Teología Espiritual